La hora de la verdad.
Por Matías Bolis WilsonEconomista
Hace unos días me preguntaron cómo veía la situación de las empresas argentinas (especialmente las pymes) frente a bolsillos que lucen ajustados y una economía que no crece hace más de veinte años, mientras deben competir a la apertura de las importaciones.
Antes que nada, para ensayar una respuesta, hay que tener una idea bien clara: si pretendemos competir con nuestras exportaciones en el mundo, ¿por qué no vamos a competir, exactamente de igual manera, en el mercado interno con las importaciones de los mismos productos? Es decir, hay que pensar que competir con otras economías para venderle a otro país nuestros productos es lo mismo que competir con esas otras economías, pero para venderles, en lugar de a un tercero, a nuestra propia población. Sólo cambia el mercado, pero no el mecanismo. Pensarlo distinto es concebir una economía abierta para la exportación y cerrada para la importación, deseable para cualquiera, pero imposible de llevar a la práctica. Si todos los países hicieran eso, el flujo de comercio internacional desaparecería. “Vivir con lo nuestro” es un concepto que no cuaja en una globalización que luce completamente irreversible.
Schumpeter, el economista que empezó a hablar, a principios del siglo pasado, de innovación y del rol del empresario, tuvo siempre presente en sus escritos el funcionamiento circular de la economía, es decir, que entendió que las ganancias de las empresas y los ingresos de las familias están totalmente relacionados y lo que es un ingreso del lado de la oferta es, en definitiva, un flujo que va a terminar convirtiéndose en demanda. Él se paró, sin decirlo explícitamente porque eso vendría después, del lado de la oferta. Es por eso que se puso a teorizar sobre el rol empresarial en el capitalismo y sobre la necesidad de innovar para aumentar la productividad para no necesitar del aumento expansivo de la inversión o de la población para producir el crecimiento económico para lograr el desarrollo productivo y económico. Esto es la Ley de Say, también conocida como la ley de los mercados, y establece que la producción de bienes y servicios aumenta, al final del ciclo circular, la demanda agregada (en el sentido de ingresos disponibles). Postula que no puede haber una sobreproducción generalizada de forma permanente, porque la oferta y la demanda agregada tienden a un equilibrio; cualquier desajuste es solo temporal. En los años treinta, con el comienzo de la crisis mundial por el crack de Wall Street, surge, en un marco teórico que claramente negaba la Ley de Say, la nueva concepción de Keynes que le decía a los neoclásicos que “en el largo plazo estamos todos muertos”, haciendo referencia a la idea de que en el largo plazo la economía encuentra el equilibrio de manera autónoma, sin intervención del Estado. De esta manera, Keynes propuso que el Estado debía intervenir, en determinadas circunstancias, para mover la demanda agregada y reactivar la economía estancada porque los animal spirits (los empresarios) se encontraba lo suficientemente deprimidos o desconfiados sobre el futuro para poner la maquinaria en marcha. El soplido del Estado pondría en marcha la demanda agregada moviendo, a su vez, la oferta agregada que reaccionaría de manera inversa a la Ley de Say, que explícitamente negaba Keynes.
"No conozco ninguna economía en el planeta que haya crecido y se haya desarrollado con el nivel de inestabilidad que tenía Argentina a fines de 2023 y que hacía latente la aparición de una crisis de tamaño descomunal como en 2001"
Todo este refresco sintético de una de las discusiones más importantes de la Historia del Pensamiento Económico es para entender un poco lo que está en juego en este momento en nuestro país. Es de ayuda dividir en dos la evaluación de la gestión actual: por un lado, lo que podría ser la primera etapa con claro foco en la estabilización de la economía que vivimos desde finales de 2023 a la fecha. No conozco ninguna economía en el planeta que haya crecido y se haya desarrollado con el nivel de inestabilidad que tenía Argentina a fines de 2023 y que hacía latente la aparición de una crisis de tamaño descomunal como en 2001 (hay que recordar que las crisis no son gratis y se pagan con problemas serios a corto, mediano y largo plazo). Esa cucarda parece ganada. Aparece un hecho no menor que es complementario: las elecciones de medio término. Una vez despejada esa incógnita, que el oficialismo resolvió con contundencia, están dadas las bases políticas para encarar la segunda etapa: el crecimiento y desarrollo de nuestro país.
Basta ver el gráfico de la evolución del EMAE para encontrarnos con una meseta desde finales de 2011. No es casual, porque en ese momento se instauró la Era del Cepo. El gobierno de ese momento recurrió a una vieja herramienta que es ni más ni menos que el control de cambios y el de capitales para evitar que el tipo de cambio corrigiera de manera más saludable la demanda de dólares hiriendo el crecimiento a largo plazo. De hecho, un presidente posterior dijo que el cepo es como poner una piedra en una puerta giratoria: no sale nadie, pero tampoco entra nadie. Nota mental: nunca sacó el cepo y dejó la economía más inestable de los últimos veinte años.
La evolución de las variables fundamentales de la sociedad depende de que la economía crezca. No hay otra. La pobreza, la indigencia, el empleo formal, etc. Pero también, y volviendo a la pregunta original, las ganancias de las empresas dependen de esto. Quiere decir que con la supervivencia (y crecimiento) de las PYMEs es igual. Los países que más han evolucionado en su PBI per cápita (ingreso promedio) son los que han innovado, invertido eficientemente en investigación y aumentaron notoriamente su productividad (pueden verse los casos de Irlanda, Taiwán o Israel). La única forma de hacer crecer el ingreso real es aumentar el tamaño de la economía. El resto es fantasía.
La innovación, la investigación aplicada a la industria, al comercio y a los servicios, es una herramienta fundamental para pensar en el tantas veces hablado salto de productividad y poder competir en el mundo y en el mercado interno con las otras economías del mundo. El paso a estabilidad impulsa las expectativas del consumidor (medidas, por ejemplo, a través del Indicador de Confianza del Consumidor de UTDT) y jugarán a favor del aumento de la demanda agregada.
El rol del empresario innovador es fundamental en esta etapa. Es necesario tener presente la paciencia y la tenacidad necesarias para emprender el camino que nos devuelva al crecimiento y nos habilite el desarrollo. Con condiciones distintas, la economía debe reaccionar a pesar de que no haya un impulso de la demanda agregada a través de políticas de ingreso.
Lo que aportó Schumpeter sobre innovación y el rol del empresario emprendedor puede ayudar a entender por qué es tan importante para aumentar la productividad y poder competir (interna y externamente) con el resto de los países del planeta. Como dijo Oscar Wilde, “esto no es un ensayo general, señores: esto es la vida”.
Fuente: www.NetNews.com.ar
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